Porque a veces parece que no es el momento, ni el lugar, pero aparece una vereda a un lado del camino que pide ser explorada, transitada... y resulta ser tu verdadero sendero.
Porque hasta el camino más largo y pedregoso es una oportunidad de compartir charlas y vida, y las vistas, si nos paramos a mirar, son espectaculares, y nos muestran la inmensidad de lo creado.
Porque a veces la
espera se hace eterna y es infructuosa, pero en otras veces el tiempo de espera
enriquece y llena la mochila de experiencias y deseos.
Porque tantas veces un gesto, unas palabras, una charla mientras paseas, despiertan lo que hace tiempo que dormía.
Porque alguien confía en ti, y de pronto te sientes fuerte.
Porque ser maestro es algo más que una profesión, más que una forma de ganarse el sustento. Trasciende a lo laboral, es una forma de vida, un proyecto personal, una vocación, una necesidad de enriquecer y enriquecerse, de compartir la vida, de conseguir que la luz (el fueguito) que cada uno llevamos dentro, brille con intensidad, y cada uno genere más luces a su alrededor.
Porque educar es
como dar a luz, es donar algo íntimo, interior, deshacerse de algo que llevamos
dentro, pero no nos pertenece y no cejar en el empeño de que, en el camino que
se emprende, nuestros compañeros de viaje descubran la pasión por caminar, por
disfrutar de las vistas, por recoger los frutos, y aprender a conocer los
vientos, las mareas, y todo lo que van a necesitar en el recorrido...hasta que llegue
el día en el que caminen solos, y busquen sus propios paisajes y compañías, y parafraseando a Galeano, ardan la vida con tantas ganas que no se
pueda mirarlos sin parpadear, y quien se acerque, se
encienda.